La emoción de comunicar en la empresa del siglo XXI

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Comunicar es emocionar. Pero emocionar hoy no es conmover ni convencer, en el sentido que un orador clásico podía dar a su discurso cuando se dirigía a un tribunal. En la empresa del siglo XXI, comunicar es compartir visión, entusiasmo, una forma vital de afrontar los retos. Es la garantía de que aquel a quien confiamos nuestro proyecto más querido o complejo hará algo tan difícil como contratarlo o como ponerlo en marcha. Lo hará suyo.

Imaginémonos, después de mil batallas, con la aprobación del presupuesto para aquella iniciativa largo tiempo soñada. ¿No querríamos ver en la presentación de nuestro equipo o de nuestro posible contratista algo más que números y precios? En el fondo, lo que seguramente persigamos en ellos es complicidad. Creer ciegamente al “otro” incluso cuando sabemos que en su lugar seríamos capaces de mentir, como decía Mencken.

Emocionar no es impactar. No es exacerbar el ánimo de la audiencia, igual que una tragedia de De Amicis, ni conseguir inflamados aplausos. En un mundo en crisis como el que vivimos, donde los grandes gestos cotizan a la baja, el verdadero reto comunicativo es empatizar sinceramente con quien trabajas e involucrar a aquellos con los que te relacionas.

Como recordaba Jorge Maidana en un tuit no muy lejano, “comunicar es dar”. Pero la pregunta, entonces, es qué hay que ofrecer. Hace años, con toda probabilidad, hubiéramos contestado que un buen producto, un discurso bien estructurado y una puesta en escena correcta. En estos tiempos en los que la credibilidad surge a cuentagotas, y en especial en el ámbito de los negocios, lo que muchos esperan encontrar en el resto es ilusión y épica, voluntad y pasión en lo que cada cual representa.

 

 

Hace ya unos años, Simon Sinek explicaba en el ciclo de charlas “TED” cómo los grandes innovadores de los últimos cien años no habían triunfado por tener las mejores ideas, los equipos más completos o los presupuestos más poderosos. Ni siquiera por comunicar su hallazgos a través de los medios de masas más poderosos. Apple, Martin Lutther King o los hermanos Wright ganaron sus respectivas apuestas porque emocionaron más que sus adversarios: en lugar de contar lo que hacían construyeron un relato propio sobre los motivos que les habían llevado a hacerlo. I have a dream, sería el resumen.

La comunicación actual se construye sobre narrativas. Nos habla de valores a prueba de bombas y de promesas en ciernes. No es casualidad que en un planeta cada vez mas global, inmediato e “infoxicado”, la cultura comunicativa que se imponga sea la que emerge de Internet y de las redes sociales: audiovisual, directa, abierta y cooperativa. Ahí, la ética hacker o el Manifiesto Cluetrain son referencias obligadas.

 

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Ser uno mismo, en una reunión, en una presentación, en un coloquio con nuestros compañeros y empleados, es más de lo que necesitamos para comunicar con éxito. Y, sin embargo, eso requiere a su vez acabar con muchas creencias, armarse de fe en lo que hacemos, conocer el entorno en el que nos movemos, humildad, duro entrenamiento diario… y aprender también a escuchar.

La comunicación efectiva es la habilidad para transmitir los sentimientos, creencias y opiniones propias con honestidad, autorrespeto y oportunidad” (Norman Vincent).

 


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