Más allá de Bolonia

En la sociedad actual la velocidad del cambio social al que están sujetas tanto las instituciones como las personas, hace que se corra el riesgo de que las preguntas  queden obsoletas antes de que hayan obtenido contestación. Igualmente, la dimensión de las transformaciones que estamos experimentando hace que con frecuencia los criterios aprendidos para dar respuesta a situaciones críticas, hayan perdido su sentido llegado el momento de actuar. Gestionar la inmediatez y la incertidumbre se ha convertido en el factor determinante de cualquier organización.

Frente a la naturaleza disruptiva del cambio al que nos enfrentamos  surge la amenaza de entrar en un bucle complaciente al margen o en oposición  al fluir de una realidad que se muestra como crecientemente compleja e inabordable. Sin un liderazgo claro y decidido la presión de los intereses corporativos, empeñados en maximizar sus posiciones de poder, y la incapacidad de los administradores públicos, siempre vigilantes para minimizar cualquier riesgo, puede conducir a cualquier sociedad a una parálisis letal.

La clave para dar una respuesta a esta situación, hoy más que nunca, pasa por redefinir qué aprendizaje necesitan los ciudadanos, y como tales los emprendedores y directivos, para ser partícipes de una sociedad justa y eficaz. Para ser agentes activos en una comunidad capaz de gestionar sosteniblemente el bienestar común. Disponer de personas formadas y comprometidas se ha convertido en la prioridad esencial para cualquier organización, sea cual sea su naturaleza. Cuanto más tecnológica y sofisticada se vuelve la realidad, más importantes aparecen las personas.

Bolonia se nos muestras como un debate cansino, una oportunidad lejana de imitar los sistemas anglosajones de educación postsecundaria. Una ocasión compleja de dar continuidad al éxito que supuso la democratización de la educación universitaria en las últimas décadas, propiciando un salto de calidad en el sistema. Demasiado tiempo, demasiada confusión, demasiadas energías.

En este escenario los centros de formación terciara, y desde luego las escuelas de negocios, tienen ante si un doble reto; por un lado propiciar las condiciones para que aquellos que lo deseen sean capaces de generar valor en sus organizaciones de una manera sostenible y adecuada a las exigencias de un mundo global, digital y  abierto; por otro, deben ser catalizadores de innovación social.

Necesitamos incorporar a cientos de miles de emprendedores a la sociedad para sacarla de la atonía, y lo necesitamos de manera urgente. Esto sólo es posible si junto al exigente aprendizaje en habilidades y competencias para con sus alumnos, las instituciones de educación postsecundaria promueven un cambio cultural dirigido a integrar en la sociedad los valores consustanciales a la iniciativa empresarial, el  rigor científico, la creatividad artística y el compromiso activista. Sin innovación social no hay cambio de marco o modelo productivo posible.

Responder a estos retos significa replantearse aspectos esenciales en la misión y estrategia de las instituciones de educación postsecundaria. La resolución de cuestiones como, el ¿qué debemos aprender?, ¿cómo tenemos que aprender?, ¿para qué aprendemos?, ¿cuándo es el momento de aprender?, o ¿quién legitima ese aprendizaje, y por cuánto tiempo?,  adquieren una importancia determinante ante un mundo global y cambiante en el que el acceso a la información se ha vuelto ubicuo, inmediato y con unos costes decrecientes.

Los cambios a los que nos enfrentamos son radicales e inmediatos. Es ahora cuando se está dilucidando qué instituciones tutelarán en la sociedad del conocimiento el aprendizaje; sin ánimo de lucro o mercantiles,  globales o locales, sectoriales o transversales, así como, quienes serán las organizaciones que acreditarán la experiencia y capacidad de las personas, por cuánto tiempo y para que ámbito lo realizarán.

Los alumnos deben ocupar el centro de la reflexión, como ciudadanos y como clientes. La regulación y la oficialidad no podrán ser el criterio de exclusión de un servicio público y un mercado en el que está en juego la competitividad de las empresas y del país. Las instituciones de educación deben apostar decididamente por la apertura a la sociedad y la flexibilidad organizativa.

Es esencial acercar la experiencia profesional y el aprendizaje, tanto adelantando el momento de la incorporación al mercado de trabajo, como en la manera en que se realiza el aprendizaje. Aprendemos a lo largo de toda vida, y aprendemos haciendo. Aprendemos en clase, pero fundamentalmente aprendemos en nuestro puesto de trabajo, en nuestro tiempo libre y con nuestros compañeros. El papel del profesor en este entorno se transforma, y lo hace de manera absoluta. La diferenciación cuando no la incompatibilidad, tantas veces planteada, entre la formación en valores ciudadanos y en habilidades y competencias profesionales, se antoja como un debate prejuicioso y caduco.

La “industria”, pública y privada, del aprendizaje  está en plena transformación por el impacto de las tecnologías de la información, la globalización y la desregulación. El reto  no es cambiar el sistema, sino cambiar de sistema, a ser posible antes de que nos lo cambien.  Está en juego la relevancia como país y el modelo de convivencia.

Alfonso González Hermoso de Mendoza

Director General de EOI


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