El sector farmacéutico ve peligrar su futuro
Las farmacéuticas están empezando a lanzar mensajes de auxilio pues ven peligrar su futuro a causa de los recortes de la factura farmacéutica, a pesar de que para muchos las cuentas siguen saneadas. Las prestaciones sanitarias son las prioritarias en los presupuestos autonómicos, porque son quizás las que están en mayor contacto directo con el ciudadano y con la percepción de calidad de vida que éste tiene.
Como siempre antiguos pecados de unos y otros (de los «hunos y los otros» que decía Unamuno) pasan factura cuando peor es el momento.
Es cierto que los laboratorios farmacéuticos son punta de lanza en investigación e innovación y que se ven obligados a movilizar un volumen importantísimo de recursos en I+D para poder seguir en el mercado. Además su acción está destinada al loable fin de proporcionar salud al ser humano, generan riqueza, empleo de calidad y desarrollo bastante sostenible (en general) y son paradigma de los procesos de aseguramiento de calidad.
También parece cierto que alguna de las prácticas comerciales que estas empresas han llevado a cabo han sido de dudoso sentido ético, en algunas ocasiones. Los visitadores médicos, ahora informadores médicos, (que tanto empleo han supuesto en España, no olvidemos) han desarrollado prácticas que eran, como decíamos, dudosas, que pasaban por costosos regalos a los facultativos o por actividades más o menos científicas, celebradas siempre en lugares como Acapulco, Cancún, Rivera Maya, Marrakech, etc.; han jugado con el precio de los nuevos medicamentos, de cara a encajar futuras reducciones de precios con precios de salida desorbitados (aún recuerdo el precio escandaloso del aciclovir en el año 1990, casi 25.000 pesetas de la época).
Algunas oficinas de farmacia han exportado, según el sector de forma «ilegal», medicamentos comprados en España a Alemania donde el mismo producto se vende más mucho caro (puñeta con la globalización y la libertad de mercado).
Los ciudadanos, por otro lado, hemos incorporado el medicamento a la dieta mediterránea, al menos si consideramos su consumo y almacenamiento masivo en nuestros hogares. Fuera parte de enfermos crónicos, en España, cuando alguien le dice a la vecina «Me voy al médico» no se le pregunta si está enfermo, sería lo lógico, porque asumimos que va «a por recetas».
Con estos mimbres, es normal que en un momento de crisis, cuando las aguas bajan, los escollos salen a la superficie. Parece que no queda otro remedio que racionalizar el sistema, manteniendo el servicio a los ciudadanos, que somos quienes lo pagamos. Pero no debe de ponerse en riesgo el sistema que necesita que el capital circule para funcionar. Las medidas ante la crisis ya se han tomado en buena parte antes de ella: se ha regulado la acción de los visitadores médicos, como los regalos a los facultativos o los congresos “lúdicos”, los pacientes no reciben nada más que la medicación que necesitan, la receta electrónica está haciendo casi cero el fraude, se ha generalizado el uso de genéricos, etc.
Por tanto una bajada de precios unilateral (en un país en donde al parecer son ya más baratos que en el resto) puede ser contraproducente. Y no se entienda éstos como una defensa oscura de las farmacéuticas, ni mucho menos, pero la lógica económica no se debe obviar, es necesario racionalizar y ajustar el gasto, pero no se puede poner en riesgo la innovación y el empleo cualificado. Lo mismo en el sector de la distribución y oficinas de farmacia, si hay que abordar medidas de mejora, hágase, pero manténgase un principio básico de eficiencia para el ciudadano (aunque algunos obtengan legítimos beneficios de ello, a cambio de un servicio farmacéutico) y una sólida seguridad jurídica en el futuro, que el chavismo (¡Exprópiese, hermano!) ya está, por desgracia, inventado.
Sí pueden, y deben, las autoridades exigir inversiones, renuncia a la deslocalización (que pagamos nosotros la factura, ojo), prestaciones más eficientes y un desarrollo sostenible y, por supuesto, una libre competencia entre los miembros del sector. Pero bajar precios, solo eso, es echar agua al vino…., si lo que conseguimos es arruinar las inversiones, generar desempleo, reducir la cadena de valor y poner en riesgo calidad y seguridad.
Profesor del Master en Gestión de Calidad y Excelencia Empresarial – EOI-Aenor