Balance

El comienzo del año es un período que me causa simpatía. Una gran parte de la población se encuentra apabullada intentando sorprender a sus congéneres comprando regalos cada vez más sofisticados. Muchos son los que se proponen el dejar de fumar y adelgazar unos “kilitos”. Es siempre muy entrañable pasear por los parques en la mañana de Reyes y ver la nueva colección de chándales humedecidos por el sudor, ese sudor que generalmente no volverá a correr hasta el año que viene y además será sobre un chándal de distinto color. Es como si los parques floreciesen esa mañana…

Las Navidades son para mí, un tiempo de tradición y de buenas comidas en familia, días en la Mancha y días en Logroño. Las malas condiciones atmosféricas nos han retenido a los amigos de las montañas en casa, mirando por la ventana a una mejoría de tiempo, como un animal enjaulado mira a la libertad. Frente al crepitar del fuego es momento de analizar el último año.

Dos mil diez comenzó en algún lugar entre los estados del oeste americano de Utah y Colorado. Allí me encontraba estudiando el último curso de carrera en Utah State University. Mi hermano Javier y mi buen amigo Fernando Aretio decidieron ir por esos lares a conocer sus paisajes y su cultura, buenas excusas para trepar por sus paredes. Así pues, qué mejor forma de conocer la vida estadounidense que celebrar la cena de Nochevieja en un “Wendy’s”, restaurante de comida rápida, comiendo unas hamburguesas de dólar la unidad. Es lamentable que no fuésemos los únicos en ese lugar. Era el invierno más frío en los últimos sesenta años en esa zona y eso significa temperaturas de hasta -30ºC en pleno desierto y soledad absoluta, además de tomar la latita de uvas traída desde España, con hielo en su interior. Fueron unos días inolvidables en los parques nacionales de Arches, Canyonlands y Mesa Verde. Conocimos la cultura pre-colonial de los nativos Anazzazi, hicimos escaladas en Castleton Tower, Fisher Towers, Ouray, Indian Creek y dormimos en moteles de carretera demasiado anticuados para rodar películas de miedo.

El segundo semestre comenzó y cuál fue la sorpresa, que mi gran compañero de escaladas y viajes en mi estancia en los EEUU era también uno de mis profesores en la universidad. Utilicé mucho sus tutorías…Estudié un magnífico curso sobre sostenibilidad que caló hondo en mí, prueba de ello mi interés por las energías renovables. Muchos fueron los fines de semana que viajé varios miles de kilómetros para conocer St. George, uno de los últimos reductos de los mormones poligamistas, Ouray en Colorado, meca de la escalada en hielo, los parques nacionales de Bryce y Black Canyon, entre muchos otros viajes. Aprendí a esquiar en la nieve, que según dicen las matrículas de los coches en Utah “Best snow on Earth”, es la mejor nieve del mundo. Utilicé los conocimientos aprendidos en otro de los cursos que allí estudié sobre negociación y resolución de conflictos, para convencer a seis personas de que saltar desde un avión a más de cuatro mil metros era algo que tenían que hacer en sus vidas: una experiencia alucinante.

Mi participación en la ONG Charity Anywhere fue técnica y en el último momento decidí pasar las vacaciones de primavera en la ciudad de Tijuana, construyendo casas en el marginado barrio de Miramar. Este ha sido uno de los viajes que recordaré el resto de mi vida por la motivación y el conjunto de amigos con los que fui. Conseguimos levantar una humilde casa de dos pisos, que a buen seguro han disfrutado durante las tormentas del pasado verano y cooperamos con un orfanato infantil. El olor a pis no se olvida tan fácilmente. Vi con mis propios ojos el daño que la droga está haciendo en estas ciudades fronterizas, donde la gente vive con menos de un dólar al día y sin embargo, los precios son los de a diez kilómetros de sus casas, en las lujosas urbanizaciones de San Diego, preciosa ciudad por cierto. Surfee entre delfines en Laguna Beach y La Joya mientras recordaba a la gente de Tijuana y a sus deprimidos mariachis ante la escasez de turistas por la tremenda inseguridad. Estuve a punto de vomitar en Las Vegas ante semejante esperpento.

Aprendí el impacto que las sectas religiosas tienen sobre la sociedad. En Logan, la ciudad donde residí, el 90% de la población es mormona. La mayor aspiración de los hombres y de las mujeres a los veinte años es casarse y tener muchos hijos. El 10% de sus cualificados sueldos irá a parar a su Iglesia. El estado de Utah está totalmente controlado por esta secta y sorprende ver cómo por ley estatal han limitado el porcentaje de alcohol de la cerveza al 3%, al tener prohibido beber alcohol entre sus normas. En una de mis clases de la universidad, de veinte y cinco alumnos, tan sólo otro alumno mejicano y yo estábamos solteros; el resto no pasaba de los veinte y tres años. Esto conlleva que el 10% restante de la población, que no es mormona, vive en una sub-sociedad de altísima riqueza cultural y es un fuerte núcleo de integración, aunque estén sometidos a las normas de los mormones. Algunas de las personas más interesantes con las que he hecho amistad, las conocí allí.

Tras las húmedas despedidas bañadas en la cerveza que aprendí a preparar, decidí que quería viajar solo por Centro-América, concretamente por Belice y Guatemala. Se aprende más sobre la vida en un viaje así que en cinco años de carrera universitaria. Visité las ruinas mayas de Tikal y Xunantunich y me adentré en la selva beliceña para conocer el complejo de Caracol. Es duro ver cómo lo que antes era pura selva, hoy es polvo por esa agricultura que quema primero y siembra después. Recuerdo con cariño uno de los trayectos de ese viaje en el que fui en un “colectivo”, aquí llamado furgoneta, en el que iban dieciséis personas (en Europa homologado para 7), con sus equipajes y gallinas, a 40ºC y humedad total propia de la selva y por supuesto sin aire acondicionado. Tan solo duró cinco horas. Visité el parque nacional de Guanacaste y me bañe en las azules aguas del cenote del parque nacional de Blue Hole entre lianas y bromelias. Usé técnicas de escalada para trepar las palmeras y comer cocos y me bañé en playas desiertas paradisíacas en el Caribe. Solo en Belice es posible que haciendo autostop, te lleve dos veces la misma persona en el mismo día. Bucee en la preciosa isla de Caye Caulker en la reserva marina de Hol Chan entre manatíes, morenas, tortugas, rayas y miles de peces de todos los colores. Como guinda bucee entre siete tiburones cirujanos y me dejé arrastrar por ellos en este precioso arrecife. Desde el avión, ya saliendo del país, pude ver las manchas de las fugas petrolíferas de BP en aguas del golfo, sentí tristeza.

La llegada a España, tras un par de noches durmiendo en aeropuertos y otra noche más en el aire, fue como suena, un despertar después de un año de continuas y nuevas experiencias. El verano se acercaba y con él numerosos viajes. Durante esos meses pasé una media de 20 días al mes fuera de casa, conociendo cada pequeño valle y cada viejo árbol del Pirineo. Numerosas noches de vivac a orillas de ibones y ríos. Escalamos bastantes kilómetros verticales de paredes en Riglos, Midi d’Ossau, Benasque, Ansó, Arguis y tantos otros perdidos rincones. Los pocos días que pasaba por casa hice cosas muy variopintas como: realizar el proyecto fin de carrera sobre un dispositivo de control y bloqueo de cuerdas para su uso en trabajos verticales y escalada, recibir a cinco amigos de Utah que decidieron parar por La Rioja a conocer sus virtudes, aprobar sexto de inglés en la escuela de idiomas, visitar el románico soriano, correr un encierro de San Fermín en Pamplona, pasar unos días en Jaca y Castro-Urdiales en casas de amigos…

Tras mi graduación en septiembre de Ingeniería Industrial, los amigos del club de escalada “El Panel” decidimos viajar al vecino Marruecos, concretamente a la región de Taghia, ese pequeño pueblo ubicado a dos mil metros de altitud en pleno Atlas. No disponen de electricidad, ni motores, ni carreteras y se encuentran a dos horas de camino por sendas bereberes del pueblo más cercano, incomunicados en invierno y en días lluviosos. Sus paredes calcáreas, algunas de mil metros, labradas por el extremo clima y sus sencillas gentes nos enseñaron bastante y fueron unos días muy agradables. La última noche en la ruidosa Marrakech me hizo sentir la fuerza de África.

Casi sin darme cuenta, en octubre me desplacé a Madrid a estudiar el máster en energías renovables en la Escuela de Organización Industrial. La formación que nos dan es realmente buena y el grupo de clase con el que comparto tantas horas es estupendo. He asistido a algunas conferencias dignas de la capital, como la del premio Novel de Economía Robert Lucas, entre otras. Los compañeros con los que empecé a vivir muy pronto fueron amigos y con ellos he disfrutado muchos buenos ratos. Tras algunos viajes cortos de fin de semana a Salamanca, Riglos, Cienfuens, La Cabrera, etc. llegó la Navidad de nuevo. La Navidad en casa significa mañanas de poda de árboles en la huerta y largas comidas en la mejor de las compañías después. Nochevieja. ¿Quién se acuerda de la Nochevieja?


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