Visiones de Oriente
China. ¿Qué decir de China? Creo que está casi todo dicho. Hace ya 2 semanas que volví del que, hasta ahora, ha sido el viaje más extraordinario de mi vida, hasta ahora (y mira que le la he tirado larga por ahí). Estoy volviendo a ver las fotos, sólo mis fotos, porque es la China que vi, que palpé… que sentí. Por eso es la China que voy a intentar relatar. No quería escribir este post antes, quería que todas las sensaciones y vivencias que viví allí fueran tomando forma y poso, digerirlas y sacar posteriormente conclusiones sobre esta increíble experiencia. Y la primeras sensaciones que me vienen a la mente son 2: inmensidad y frío, mucho frío.
Después de un viaje mentalmente agotador desde Madrid, haciendo escala en el país escandinavo de Papá Noel, llegamos al aeropuerto internacional de Pudong, al sur de la metrópolis de Shanghai. Tremendo, gigantesco, monstruoso, rectilíneo… abrumador. Y en contínuo crecimiento. El control de pasaportes no dejó de provocar cierta sensación de canguelo en mi interior, siendo en ese momento plenamente consciente de que estaba a punto de adentrarme en una cultura completamente desconocida para mí. Sí, es cierto que todos hemos oído hablar mil veces de china, de la cultura china y de los chinos, pero no es lo mismo. No hasta que no estás allí, a las puertas de ese nuevo mundo que te espera con sus gigantes puertas, que las puedes totalmente abiertas por las manos del capitalismo emergente, o bien celosamente semicerradas por la huellas de su reciente pasado comunista, aún presente y latente en muchos ámbitos.
El hecho de estar todo escrito en chino me provocó cierto desconcierto en un principio, aunque después uno se acostumbra, se siente como un hámster en una jaula dándole vueltas a la rueda: no sabe por qué, pero da por sentado que tiene que hacerla girar corriendo. Pues yo igual, me fijaba en los carteles, y aunque no tenía ni zorra, los daba por sentados.
Nos recoge el autobús contratado, abandonamos el aeropuerto y nos dirigimos al hotel. De camino al mismo, tanto el cielo como la tierra y los edificios presentaban un color que no nos abandonaría durante el resto de nuestra expedición (y duda mucho que lo haga nunca para sus habitantes permanentes)…gris. Todo gris. Debastadoramente gris. No me preguntes si salía el sol o no, porque apenas lo ví durante 3 o 4 minutos en 15 días. Los edificios, gigantes, grandes moles de hormigón de 40 o más plantas (sólo la ciudad de Shanghai tiene más edificios de 50 plantas o más que todas las ciudades europeas…juntas), como si fueran setas que crecen por doquier, serpenteadas por innumerables autovías de varios niveles y carriles. Como en una película futurista con el típico paisaje futurista y el típico mensaje introductorio en plan “Madrid, 2050”. Pues así, tal y como os lo imagináis.
El hotel. Guandong Hotel. Otra gigantesca mole cuyo impresionante hall central inspiraba una vez más la incesante sensación de frío que tampoco nos abandonaría durante nuestra estancia allí. El hotelito era una caja de sorpresas, tiene espacio para un post aparte…
Nada más dejar las maletas y espabilarnos un poco fuimos a ver uno de los populares barrios a las afueras de Shanghai, peculiar y típico al mismo tiempo. De la mano de nuestra queridísima, entrañable, adorable y tierna Lydia, nuestra inseparable guía china durante la primera semana de viaje, visitamos las calles de barrio este de cuyo nombre no me quiero (ni puedo) acordar. Aparte de la pequeña tangada que nos clavó por cobrarnos una pasta por la visita-express “guiada” que nos ofreció, me hubiera traído a Lydia de llavero a España. Repito, enternecidamente adorable la muchacha.
Ya dentro del mencionado barrio, tenía un aspecto en plan Venecia, pero a lo chino, lo cual no dejaba de tener su encanto. Calles estrechas, rodeadas de canales de aguas de dudoso color marronáceo, tejados en forma de pagodas, jardines con piedras de las más diversas formas y tamaños (mira que les gusta el rollo piedra rara a los chinos!) letrinas públicas donde se podía adivinar la verdadera esencia de la naturaleza humana, puestos callejeros, templos y casas con los tejados con la típica forma de pagoda china (no iba a ser vietnamita) miles de objetos, productos, adornos, alimentos de todo tipo, clase y condición…y sobre todo, olores. Olores que no había “probado” en mi vida. Olores fuertes, muy fuertes, especiados, la mayoría de ellos desagradables al olfato por ser desconocidos o nuevos. Otra cosa que me llamó la atención (aunque ya me habían advertido de ello) fue el hecho que allí la novedad éramos nosotros, los occidentales, hasta tal punto que la gente se hacía fotos con nosotros, como si hubiésemos aterrizado de otro planeta (que, visto en cierto modo, así era).
Higiene. Cero patatero. Pero patatero. Mención aparte de los urinarios, que telita con ellos, (casi me impacta el proyectil de una paloma del Retiro en todo el cogote, ha caído el regalo a escasos centímetros de mi brazo derecho… iba a mala idea la condenada. Todo bien, ha quedado en un gran susto). Los puestos callejeros, más callejeros no podían ser, las verduras, carnes, pescados, frutas…de cualquier forma y en cualquier lugar. Pero es que al final de todo molaba como lo tenían puesto, era completamente auténtico. Otra cosa que me llamó la atención es que muchas calles eran prolongación de las casas particulares de sus vecinos. Estaban plagadas de tendales y enseres varios que mostraban al público prendas de todo tipo, función y color. Otro espectáculo digno de resaltar.
De vuelta al hotel, y sin respiro, primera incursión nocturna con una avanzadilla de lujo. Llamamos a un taxi (lo de los taxis también, es para echarlo de comer a parte) y nos dirigimos a un centro comercial ENOOORME. Creo que eran 10 niveles de escaleras mecánicas…la HOS—A. En la última planta, un peazo centro recreativo de videojuegos, maquinitas y divertimentos varios. Lo que vemos en la tele de los japoneses, pues igual. Como niños chicos lo pasamos, por no hablar de la aventura que suponía pedir la comida que había por allí, salvo un par de cosas familiares, el resto ni idea…pero muy rico (al menos para mí).
Más cosas. El tráfico. Atascos a casi cualquier hora, tremendos, a lo bestia. Y venga pitidos, y venga adelantamientos a ambos lados. Eso sí, durante el tiempo que estuve allí no ví ni un solo accidente, por increíble que pareciera, lo cual explicaba el orden en el aparente caos que aquello parecía. Otro aspecto a destacar es que el peatón es el último mono, el eslabón más débil de la cadena, un bolo más que si se puede derribar, mejor. Un estorbo para el conductor, vamos. Otra cosa que esperaba encontrar era la masificación de bicicletas, sin embargo no fue así. Es cierto que había, sí, pero no como en los documentales. Lo que sí había, y cada vez más, eran las motos eléctricas, que las condenadas, al no hacer ruido, no sabías cuándo ni por dónde te podían venir.
La SISU. Shanghai International Studies University. La verdad es que no estaba mal, tenía un campus enorme, y albergaba estudiantes de todo el mundo. Las clases versaban sobre diversos temas, históricos, políticos (no mucho y bastante sesgados), culturales, económicos y de negocios. Estaban bien, aunque a veces se hacía duro seguir las clases por el tema del inglés, y sobre todo las incursiones nocturnas.
El partido de fútbol contra los chinos. Nada que destacar. Los chinos son rápidos, no paran de correr, y el tema de la táctica y de la colocación creo que todavía no ha llegado hasta allí. Si pasamos por alto el hecho de que a falta de 20 minutos empezaron a salir chinos al campo como conejos, y de que nos dimos cuenta de que estábamos jugando 11 contra 15 o 16, el partido transcurrió sin más incidentes, con victoria del equipo internacional de la EOI.
La comida. Uno de los temas más controvertidos y que más ha dado que hablar entre la comitiva EOI. Es cierto que era fuerte y estaba muy especiada, pero había de todo, y a mi gusto, estaba todo bastante bueno. Hubo muchas bajas por gastrointeritis a medida que iban pasando los días, hasta tal punto que surgió una especie de histeria colectiva y propensión psicológica a enfermar a cuenta de la comida. Yo estaba encantado de la vida.
Visita a la General Motors. Por lo menos nos dejaron ver la línea de producción en funcionamiento. Parecía una fábrica europea, todo muy limpio, muy ordenado, y como siempre, asombrosamente enorme. Aunque no recibimos explicaciones, nos hicimos una idea de la magnitud de la fábrica: 2.000 coches producidos cada día, listos para ser vendidos en el mercado.
Más cosas. El distrito financiero, llamado Pudong. Pues la palabra impresionante se me queda corta. Aquí los rascacielos rallaban lo esperpéntico por su desmesurada altura. Estuvimos el el World Financial Center, de 492 m de altura, donde las vistas desde lo alto, a pesar del smog permanente de la contaminación, eran increíbles. Allá por donde mirabas, parecía que lo estabas haciendo hacia una gigantesca maqueta, todo parecía de juguete. La “Perla de Oriente” parecía de ciencia ficción. Ya de noche, el paseo en barco por la bahía de Pudong nos permitió ver… (un segundo proyectil de un palomo increíble acaba de impactar sobre las teclas W, S, A y parte de la D, esto ya pasa de castaño oscuro)… la Shanghai nocturna, invadida por las luces y los neones, más impresionante que durante el día. A mi juicio, un despropósito y un despilfarro de recursos fruto de un crecimiento económico y urbanístico desmesurados que no creo que tarde mucho en frenar, de una manera u otra. Es imposible mantener un ritmo de crecimiento anual del 10% durante tantos años sin que las consecuencias sean de igual magnitud.
En el Shanghai Urban Planning Exhibition Hall situado en People`s Square se puede ver el plan Urbanístico de la ciudad para los próximos 15 años…y es verdaderamente brutal (incluida una maqueta del centro de la ciudad, digna de ver).
El mercado de las falsificaciones. Hay varios por toda la ciudad, el más importante está cerca de People´s Square, tiene varios pisos y es una verdadera jungla, donde la única ley que impera es la del regateo. Al principio te sorprende, después empiezas a cogerle el tranquillo, hasta acaba gustándote, y finalmente desearías acabar cuanto antes. Te das cuenta de que siempre es lo mismo. Al final, todo es puro teatro, como la vida misma, y esa gente tiene que comer igual que tú y que yo, cada uno dedicándose al oficio que mejor sabe hacer, o que mejor le dejan hacer. Aunque bien es cierto que las gangas pueden ser muy muy buenas.
El mercado de las telas. Es bastante parecido al anterior, sólo que centrado exclusivamente en trajes, abrigos, mantas…todo ello hecho a medida. Y merece la pena al 100%, al menos en mi caso. Precios muy asequibles y, dependiendo del negocio que elijas, calidad más que aceptable.
Los jardines de Yuyuan. Muy chulos, al igual que el barrio que los alberga. Esta sí es la China que todos nos imaginamos con sus templos y tejados característicos, con dragones y otras figuras mitológicas como gárgolas y guirnaldas, predominando fundamentalmente el rojo en todos los paisajes urbanos.
El metro. Como la ciudad, muy grande, sorprendentemente bien organizado, nuevo, limpio, rápido, y sin las esperadas aglomeraciones que serían de prever (al menos en las horas que yo lo cogí). Las paradas estaban tanto en chino como en inglés, así que uno se podía defender bastante bien. En los momentos de lluvia, la ciudad se convertía en un auténtico enjambre circulatorio, donde era prácticamente imposible pedir un taxi, y si se conseguía, llegar al lugar de destino podía llevar, como mínimo, una hora, así que la alternativa perfecta era el metro.
El fin de semana en Beijing. Sin duda, de lo mejorcito del viaje. Tras coger el AVE en la hiper-super-mega tocha estación de trenes anexa al aeropuerto, nos dirigimos un nutrido grupo de integrantes de la expedición a la capital china. El viaje, rápido, cómodo, seguro y sin sobresaltos. Quería aprovechar la oportunidad de recorrer más de 1.200 km por parte del interior de China para ver, aunque muy por encima y a 310 km/h, aquel paisaje que generalmente está vedado al turista extranjero. Parecía una película rodada a cámara rápida de la historia del país. Grandes extensiones de campos sembrados, poblados de chabolas sin asfaltar, caminos rectilíneos, campesinos trabajando la tierra, fastuosas industrias trabajando a pleno rendimiento, ciudades emergentes de la nada con bloques de edificios gigantescos, creciendo a un ritmo vertiginoso…la verdad es que parecía de ciencia ficción.
Ya en Beijing, nada más bajarnos, un frío aún más seco y recio nos dio la bienvenida. Yo, personalmente, las pasé canutas. Al día siguiente, visitamos aquello que siempre había sido una fábula para mí prácticamente desde que tenía uso de razón: La Gran Muralla. Increíble, me dejó sin palabras. Después de una ascensión en teleférico que nos regaló unas vistas tremendas de la zona, pusimos pie en aquella obra faraónica, jamás igualada hasta la fecha. Hacía muchísimo frío, el suelo congelado, el paisaje nevado…lo más impresionante de todo esto debió de ser su construcción, miles de soldados portando piedras de gran tamaño por esas escarpadas laderas, sin provisiones, ni refugio. Locura sólo al alcance de la naturaleza humana. El mayor cementerio de la historia de la humanidad, la mayor obra de ingeniería jamás concebida.
Más visitas. El templo del cielo, el palacio de verano…y la Ciudad Prohibida. Lo que más me impresionó fue la foto de Mao presidiendo la plaza de Tiananmen, escenario de los oscuros sucesos de junio de 1989, en la que, según las fuentes (cientos según el gobierno, varios miles según Amnistía Internacional) fueron asesinados un gran número de estudiantes reivindicando sus derechos fundamentales. Le pregunté a nuestro guía por el lugar exacto de la plaza donde un estudiante desconocido se plantó delante de una hilera de tanques del ejército, frenando su avance. El guía me indicó una farola situada a unos 50 metros de donde nos encontrábamos, aunque me recordó que ese tema estaba completamente vetado en China, y me recomendó no mencionarlo en voz alta. Ese día había reunión del Congreso chino, por lo que el acceso a la plaza estaba parcialmente restringido.
Ya dentro de la ciudad prohibida. Era como atravesar un enorme patio interior, y encontrarte otro aún más grande, como si no acabara nunca. Ante la mirada impertérrita de los soldados del gobierno, nos adentrábamos en el lugar más visitado del mundo (sólo el turismo interior chino representa un elevadísimo volumen de visitas anuales al lugar) y mayor templo de madera jamás construido. Para flipar, en serio.
Visitamos un templo budista, no recuerdo su nombre, donde la gente realizaba ofrendas incinerando incienso, haciendo oraciones y plegarias de diversa índole. Asimismo, pudimos ver la mayor estatua de Buda en un recinto interior del mundo. Creo recordar que…22 metros de altura!! No estaba mal la figurita…
Poco después, abandonamos Beijing, mucho más ordenada y mejor urbanizada que nuestro punto de retorno, la caótica y desmesurada Shanghai…
Podría seguir contando muchas más historias, pero creo que este post ya se ha alargado lo suficiente como para que ya hace tiempo que esté resultando demasiado pesado de leer y de seguir. Ha sido, como decía al principio, una experiencia inolvidable, que algún día, quién sabe, me gustaría volver a repetir y aprovechar.
Como dice un antiguo proverbio chino (tenía que decirlo, es que la ocasión me lo ha puesto a huevo).
“Disfruta la vida, es más tarde de lo que crees”