Para empezar, una mirada atrás
Nos recomiendan desde la dirección del Master que iniciamos hace una semana que pongamos en marcha un blog personal.
Supongo que a través de este medio compartiremos ideas, opiniones, propuestas y comentarios varios sobre las materias objeto del programa de estudios.
Espero que mis aportaciones discurran en breve en torno a cuestiones puramente académicas, pero como me gusta irme por las ramas voy a empezar con algo que no viene a cuento (¿o tal vez sí?).
Hemos empezado el curso en una mañana luminosa de un sábado de noviembre. Mientras seguía el curso de contabilidad financiera, no podía dejar de mirar en ocasiones a través de la ventana y distinguir a lo lejos el perfil de la sierra de Guadarrama más allá de los pinares que rodean la Escuela. En una ciudad como Madrid, a caballo entre la montaña y el desierto, a veces se nos olvida que basta mirar hacia el Noroeste para descubrir un entorno natural privilegiado, y que, a pesar de las emes cuarenta y cincuenta, se integra en la propia ciudad de Madrid (Monte del Pardo, Casa de Campo).
Supongo que no sería casualidad que, precisamente en este lugar donde se erige la EOI, se levantase hace ya unos ochenta años ese ambicioso proyecto que fue la Ciudad Universitaria de Madrid. Un campus en su época moderno y único en Europa que respondía a un nuevo ideario educativo en el que se daba especial importancia a la promoción del ejercicio físico y el contacto con la naturaleza como complemento del estudio y las actividades estrictamente académicas. Ello frente a la oscuridad y mugre (en todos los sentidos) de las instituciones educativas decimonónicas.
Dentro de este espíritu, un campus amplio y luminoso (aunque con ciertas concesiones al colosalismo propio de la época), con arbolado y amplias avenidas, era una toda una declaración de intenciones y un reflejo del espíritu de renovación de aquellos tiempos.
A mí venir a Ciudad Universitaria a estudiar me trae a la mente a Ignacio Abel, el arquitecto protagonista de La Noche de los Tiempos (una lectura más que recomendable); a la Residencia de Estudiantes y todos los que por allí pasaron; a la generación del 27 y las vanguardias. En definitiva, me recuerda a ese espíritu de modernización que, surgido en el ámbito educativo con la Institución Libre de Enseñanza, permitió a España convencerse de que el progreso social, político y económico no era algo que le estuviese vedado per se.
En esta época también convulsa, tener la ocasión de poder seguir estudiando me parece todo un privilegio. Espero que, inspirados por este entorno y este legado, las promociones que nos graduemos en la EOI sepamos también estar a la altura de estos tiempos… más bien difíciles.
Y para ello me comprometo a dejar de divagar y a hablar del sector turístico en la próxima anotación.