GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS
Últimamente me siento así. Agradecida. No puedo evitarlo.
Ayer mismo, sin ir más lejos, en uno de mis innumerables trayectos en coche de los que hago últimamente, parada en un semáforo, pensaba en lo afortunada que soy por muchas razones.
La más importante de todas ellas sin duda es que tengo una maravillosa hija que no deja de darme alegrías. Nació con una sonrisa pegada en la cara y cada día al despertarse me obsequia generosamente con ella. Es una niña sana y alegre que vive un momento precioso, con todo por descubrir, y yo tengo la fortuna de estar cerca de ella y disfrutarlo.
Otra de las razones para ser (estar) agradecida, también de índole familiar, es mi madre. Parece que estoy escribiendo un capítulo de la Casa de los Espíritus, hablando de las generaciones de mujeres de mi familia, pero es que ahora, a mis 36, tras ser mamá y en un momento de mucha actividad personal y profesional, mi madre, por n-ésima vez sale al rescate en la tormenta de actividad que está siendo mi vida, aportando orden, serenidad y calma a mi casa y a mi alma.
Soy consciente de que mi edad, la “mediana edad” que decían antes, es época de dar. De asumir la mayor carga de trabajo y de responsabilidades. De vivir para devolver parte de lo recibido.
Mi madre ya me entregó (y a mis hermanas) su juventud, sus noches sin dormir, sus miradas pacientes, sus preocupaciones. Mi hija tampoco tiene por qué darme su tiempo (nuestro tiempo), su paciencia entendiendo que mamá tiene que estudiar o trabajar, su cariño perdonando que no esté siempre que lo necesite. Sin embargo lo hacen. Ambas lo hacen y vuelven a ser ellas las que dan y no yo.
Por eso quería empezar así este blog. Dándo las gracias a ellas y a todos los que no menciono pero que se empeñan en que la vida me vaya algo mejor. Un poco trascendental, lo sé, pero es Nsencia lo que soy ahora.
Es lo que tiene eso de observar la realidad que me rodea de una forma desacostumbrada.