Noruega se lanza a experimentar la captura de CO2

 
En la costa occidental de Noruega, junto a la refinería de Mongstad (una de las mayores del país), avanzan a buen ritmo las obras de lo que será una planta experimental a gran escala para separar el dióxido de carbono en los flujos generados en la combustión de carbón y de gas natural de las centrales térmicas para generación de electricidad. La planta, que empezará a funcionar en 2011, es ahora mismo el buque insignia del proyecto global de captura y almacenamiento de CO2 -o, más popularmente, secuestro de carbono- de Noruega, un país líder en estas tecnologías. "Este es el mayor proyecto del mundo, y, seguramente, el más versátil de captura de carbono tras una combustión", afirma Sverre Overa, director del proyecto.
 
En Mongstad se ensayarán dos tecnologías alternativas, pero la planta cuenta con una zona para instalar el prototipo de una tercera aún por definir. "La idea es desarrollar y poner a punto estas tecnologías, capturando unas 100.000 toneladas de CO2 anualmente durante los cinco años de ensayos y hacerlas económicamente competitivas, viables comercialmente", explica Kari Gro Johanson, líder de los proyectos relacionados con el CO2 en la sede de Statoil, la empresa estatal noruega que los ejecuta.
 
La otra parte del desafío, el almacenamiento geológico estable y definitivo del carbono, también está en marcha en el país nórdico, pero cuenta ya con más experiencia y es, afirman los expertos, menos problemática desde el punto de vista de ingeniería. Dos plantas de extracción y tratamiento de gas en Noruega están inyectando ya CO2 en el subsuelo, a gran profundidad. La novedad de Mongstad, y de pocas plantas más en el mundo, también experimentales y a menor escala, es atrapar ese gas de efecto invernadero después de la combustión.
 
El reto obedece al hecho de que deshacerse del CO2 generado en los procesos industriales o energéticos ha dejado de ser algo tan sencillo y barato como soltarlo en el aire. Las medidas -nacionales e internacionales- de contención de las emisiones para atenuar el calentamiento global suponen una opción para las empresas a las que generar descontroladamente el CO2 puede resultar muy caro, si no prohibitivo, por lo que ha llegado el momento de poner en práctica soluciones tecnológicas.
 
La captura y almacenamiento de carbono es una de esas tecnologías hacia las que miran con creciente interés varios países, pese a que hay expertos -incluidos los del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático- que mantienen aún reservas mientras no se demuestre de modo concluyente que el almacenamiento geológico de ese gas de efecto invernadero es estable. De momento, el Protocolo de Kioto no contempla el secuestro de carbono entre los proyectos que puntúan para que los países o empresas mejoren su balance de emisiones. "Todavía no hay mercado, para estas tecnologías, lo habrá cuando se tomen decisiones políticas respecto a las emisiones", dice Tore Amundsen, director de la planta de Mongstad.
 
En un terreno de 400 metros por 150 metros se están terminando los cimientos del complejo industrial de Mongstad, tendiendo las conducciones de gases y del agua de mar refrigerante, levantando el edificio de laboratorios y oficinas y acondicionando la zona. El coste de construcción asciende a 600 millones de euros, financiados por el Gobierno noruego (77,5%), Statoil (20%) y Norske Shell (2,5%).
 
"En esta planta vamos a capturar entre el 85% y el 90% del CO2 de los gases de combustión; alcanzar el 100% sería muy caro", dice Svarre, durante una visita a las instalaciones patrocinada por el Gobierno noruego. La primera tecnología a ensayar es de captura de carbono por aminas como solvente: los gases de combustión pasan por un filtro en el que las aminas se asocian al carbono; en la segunda fase del ciclo se separan de nuevo, de manera que las aminas regresan a la fase de captura para su reutilización, mientras que el CO2, que en la planta piloto se emitirá al aire, irá por conducciones a lugares de almacenamiento geológico en las futuras plantas industriales.
 
La segunda tecnología utiliza amoniaco helado para capturar el CO2 de los gases de combustión. "Es más complicada", dice Svarre, "pero tiene menos efectos negativos en el medio ambiente que las aminas y sería menos exigente energéticamente". De cualquier forma, en una central, la planta de CO2 -considerablemente mayor que esta planta experimental- consumirá el 20% de la energía producida.
 
El secuestro de CO2 directamente del gas natural tiene más de 10 años de experiencia en Noruega. Fue un impuesto sobre las emisiones establecido en 1991 el que incentivó el desarrollo de estas tecnologías. La plataforma de Sleipner, en el mar del Norte, a 250 kilómetros de la costa, extrae gas que contiene aproximadamente un 9% de CO2, mientras que el máximo autorizado para el consumo en Europa es del 2%. Lo normal en la extracción de gas es separar ese CO2 (por tecnologías de aminas) y expulsarlo al aire. En Sleipner, desde 1996, lo están inyectando en una formación geológica de areniscas porosas y agua salada, a 2.500 metros de profundidad, con una capa de roca de 800 metros de grosor encima. Borge Rygh Sivertsen, de Statoil, afirma que el almacenamiento geológico es perfectamente estable, que lo están vigilando y estudiando desde hace años.
 
La segunda instalación noruega de captura y almacenamiento de carbono, también con gas pre-combustión, está en Snohvit, en el mar de Barents. Un gasoducto de 145 kilómetros lo lleva desde la plataforma en alta mar hasta la planta de licuefacción para su transporte en buques. El problema en este caso es que el CO2, se solidifica a la temperatura de licuefacción del gas natural, lo que genera muchos problemas técnicos en su tratamiento, por lo que se ha optado por extraerlo. Los expertos de Statoil explican que el CO2 capturado se devuelve desde la planta por un conducto a la plataforma de Snohvit y allí se inyecta a presión también en una capa de arenisca porosa a 2.500 metros de profundidad bajo el suelo marino. Unas 700.000 toneladas de CO2 se almacenan anualmente en este lugar, que está siendo también analizado por un programa financiado en parte por la UE.
 

Autor: Alicia Rivera