Tres actitudes del buen jefe. III Preparar al siguiente

“Después de mí, el diluvio” parecer ser más que una mera frase histórica. Es una actitud patente en muchos directivos y políticos (en muchos empresarios curiosamente no se da esta actitud). “Después de mí, el diluvio” quiere decir, en términos populares, que “el que venga detrás que arree”. Es decir no me preocupo por lo que pasará en la empresa o en la ciudad o en el país cuando yo me haya ido.

Sin embargo, una obligación del líder o del directivo ha de ser preparar su sucesión, buscar la persona más adecuada para regir la estrategia de la organización y para procurar su mejor futuro.

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Las cosas no tienen siempre que ser iguales; por ello, no se puede buscar un sustituto que resulte ser una gota de agua respecto al anterior. Cada quien tiene su responsabilidad, su forma de ver las situaciones y su forma de actuar. Eso es bueno, es necesario; en otro caso se caería en el «todo sigue igual» y, a la postre, en el declive. Pero una cosa es el cambio, otra es la ruptura y otra el abandono de un futuro inmediato.

Preparar al siguiente siempre es imprescindible. Ante todo representa un acto de generosidad y humildad, luego una labor de maestro o al menos de mentor y, por último, un compromiso con la organización y una voluntad manifiesta hacia lo más conveniente.

Los directivos de éxito no buscan un sucesor, buscan varios sucesores. No forman al siguiente, lo hacen en planes, formando a un reducido equipo o grupo que en el futuro pueda sustituirle y lo han de hacer con la suficiente profesionalidad para no elegir almas gemelas, sino personalidades muy distintas que puedan optar y adaptar su designación a las circunstancias que en esos momentos futuros viva la empresa.

El problema es mucho más delicado en las empresas familiares, donde la carga emotiva a veces se impone sobre la razón y lleva a elecciones inadecuadas. De ahí la conveniencia de utilizar el eufemismo de “vamos a profesionalizar la gestión de nuestra empresa”. A pesar de este deseo del patriarca, la fuerza de la sangre y la familia suelen terminar interponiéndose. Grave error que ya nos enseñó a final del siglo XIX la familia Siemens.

Preparar al siguiente es, pues, una tarea, una obligación, una ventaja y también un orgullo. Quien no lo tome de esta manera se estará equivocando. No se trata de mantener el deseo de permanencia o de consagrar una política de gestión, sino de prever y actuar en consecuencia.

La fábula de Filemón y Baucis nos explicaba como ciertas personas quieren convertirse en árboles robustos a la entrada del hogar, o de la empresa, para perpetuarse y para estar presente por siempre jamás. Justo lo contrario de lo que aquí exponemos. Los directivos tienen fecha de caducidad, y una fecha no lejana. Hay que tratar de evitar el hueco que ese día dejarán y, si es preciso, taparlo antes de tiempo.

Sirvan como colofón estas dos sentencias:

  • Sólo quien prevé el futuro inmediato puede disfrutar de él (Victor Hugo)
  • Coge la copa con los dedos de otra mano, porque los tuyos ya no pueden llegar hasta ella (Vincenzo Bellini)


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